Carta de Rafael Puyol, Presidente

CARTA DEL PRESIDENTE
Dpto. Comunicación SECOT

La palabra viejos no me perturba; me parece un término justo y sonoro. Lo que sí tengo claro es que el umbral de la vejez no puede situarse ya a una edad tan temprana a los 65 años. Hoy se utilizan muchos otros métodos para calcular su inicio de una forma más realista. Mi amigo Antonio Abellán ha glosado uno de ellos consistente en utilizar un umbral móvil (en vez de uno fijo) basado en restar a la esperanza de vida de cada momento 15 años. Seríamos viejos, por lo tanto, desde la edad calculada, hasta que nos vayamos de este mundo. Así por ejemplo, en 2016 la esperanza de vida de las mujeres es de 86 años y por lo tanto empezarían a ser “estadísticamente” viejas a los 71 y en 2051 con una esperanza de 90 años alcanzarían esa condiciones a los 75 años; seis y diez años más, respectivamente, que los fijos 65.
Otra propuesta para redefinir el umbral de la vejez viene, como no, de Japón, y se basa en los estados de salud de la gente. Algunas investigaciones comprobaron que las personas de 75 a 79 años tienen hoy los mismo niveles de salud que los de 65 a 69, 20 años antes. Por lo tanto no podemos seguir definiendo como viejas a personas que rebasando los 65 siguen estando como una rosa hasta bien cumplidos los 75. Además en la vejez cabe diferenciar distintos niveles. Los japoneses, unos maestros en el arte de cumplir años, clasifican a sus mayores en tres categorías: la pre-vejez de 65 a 74 años; la vez propiamente dicha de 75 en adelante y los súper ancianos por encima de los 90 años. Y es que cada vez hay más gente que no sólo cumple los 90, sino que rebasa los 100 e incluso los 110 años, una nueva categoría de viejos llamados súper centenarios.
Por lo tanto, ¿tiene sentido que, predestinados a cumplir 90 o más años sigamos llamando viejos a los mozalbetes de 65? ¿Y tiene sentido que les condenemos a la inactividad los últimos 35 ó 40 años de su vida?       

                              Artículo Publicado en ABC. Enero 2018